(Por Julieta Cabrera) Con la muerte de Francisco, el primer Papa latinoamericano, el mundo pierde a un líder que hizo del Evangelio un gesto cotidiano. Su papado rompió con la solemnidad y acercó la fe al barrio, al trabajador y al deportista.
10:13 | Lunes 21 de Abril de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
Hincha confeso de San Lorenzo de Almagro, Francisco nunca ocultó su amor por el deporte. Pero su vínculo con el juego no fue una anécdota de color, sino una convicción profunda: el deporte, decía, es una escuela de vida, un espacio donde se aprende a respetar reglas, a superar límites y a convivir con el otro. Por eso, durante su pontificado, promovió encuentros, apoyó eventos solidarios, recibió en el Vaticano a estrellas mundiales y clubes humildes, y alentó la creación de iniciativas como “El deporte al servicio de la humanidad”.
A los jóvenes, les enseñó que competir no es aplastar al otro, sino dar lo mejor de uno mismo. A los dirigentes, les reclamó ética y responsabilidad. A los entrenadores, les pidió que no olviden que forman personas, no sólo campeones. Francisco entendía que una pelota también puede ser una herramienta de inclusión, de justicia, de paz. En tiempos de polarización, de grietas y discursos de odio, él nos invitó a jugar en equipo, a no hacer trampa, a no dejar a nadie afuera de la cancha.
Su legado trasciende lo religioso: fue un pastor que habló en el idioma del pueblo, que hizo de la humildad una bandera y del deporte una parábola de vida. Se va Francisco, pero queda su ejemplo: el de un Papa que no dudó en arremangarse, salir a la cancha de la historia y, desde ahí, sembrar valores. Porque para él, como decía con una sonrisa, “la vida es como el fútbol: hay que jugarla en equipo, con pasión y con amor”.