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En El veneno del poder, la exvocera presidencial pinta un retrato brutal de un mandatario ficticio que, pese a su disfraz literario, recuerda demasiado al expresidente. ¿Confesión camuflada o ajuste de cuentas político?
Domingo 11 de Mayo de 2025
10:35 | Domingo 11 de Mayo de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
La exvocera presidencial Gabriela Cerruti debuta como novelista y lo hace con una historia que ya desató polémica. En El veneno del poder (Editorial Sudamericana), presentada en la Feria del Libro, describe a Salvador Gómez, un presidente “cobarde, maltratador y mentiroso”, manipulado por quien lo llevó al poder, con fuertes indicios de conductas abusivas y corrupción. Aunque Cerruti insiste en que no es una caricatura de Alberto Fernández, las similitudes son tan evidentes que el desmentido suena apenas simbólico.
Gómez no es hijo de juez sino de senador, fue jefe de Gabinete —aunque de un tal Pedro Sacristán, no de los Kirchner—, y da clases en Derecho. Vive en Puerto Madero, tiene una pareja en crisis y está obsesionado con la aprobación del expresidente que lo apadrinó. Todo remite inevitablemente a la figura de Fernández.
El libro intercala episodios que reflejan pasajes reales de la gestión 2019-2023. Un viaje a Bali, crisis personales, internas palaciegas, pactos con medios, presiones judiciales y hasta el uso de la Agencia Federal de Inteligencia para registrar la vida íntima del mandatario. En la página 73, Cerruti dispara sin rodeos: “La pandemia fue su mejor momento. Tenía ochenta por ciento de popularidad, creía que era Churchill”.
Una de las frases más crudas la pronuncia Samantha, la primera dama ficticia: “A veces lo quiero matar; a veces me quiero morir. Siempre fue pajero, agrandado y mentiroso. Pero era dulce, me cuidaba”. Otro personaje, Diana, figura central del gobierno, descubre con horror que Gómez también “manejaba dinero en valijas”.
Aunque se esconde detrás de la ficción, el libro funciona como un testimonio disfrazado, con trazos de confesión y arrepentimiento. Llama la atención que Cerruti desaparece del relato. No hay portavoz en la historia. No hay “portavoza”. Como si mencionarse fuera autoincriminarse.
La novela abre también un dilema ético: ¿puede una exfuncionaria revelar detalles confidenciales a través de la ficción? ¿No debió denunciar los hechos si los conocía? Cerruti parece intentar desvincularse del gobierno al que defendió férreamente, pero el recurso narrativo no logra ocultar la carga testimonial.
Incluso otros personajes, como Jaime Malson (un híbrido entre Milei y Macri), el periodista Leopoldo Valaguer (¿Verbitsky?), y Sacristán (una figura entre Néstor y Cristina Kirchner), dan forma a una especie de “licuadora” del poder argentino reciente.
Con Fernández cada vez más aislado y enfrentando causas judiciales, El veneno del poder suena menos a literatura y más a ajuste de cuentas. Cerruti niega toda intención autobiográfica, pero, como dice uno de sus personajes: “Uno nunca conoce del todo a las personas”.
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