Hay una forma de pensar la política y el paso del tiempo que tiende a fijar las identidades, a suponer que el cambio es muy tenue, casi imposible, y a pensar que los hombres tendemos a ser idénticos a nosotros mismos, al igual que las sociedades, sin la posibilidad de modificación.
Por ejemplo, cuando Mauricio Macri fue a Europa, en uno de sus primeros viajes, había carteles que decían "Macri basura, vos sos la dictadura". Detrás de esa calificación, hay una suposición de que, como Macri es el hijo de Franco Macri, hombre que perteneció a un tipo de empresariado que aplaudió a la dictadura militar, hay una continuidad histórica que no se mueve y que hay una esencia inmutable. Pero las sociedades y los seres humanos no tenemos esencia, tenemos historia. Somos cambio, paso del tiempo.
La misma idea esencialista, que no le permite al otro modificarse en el tiempo, está detrás del pensamiento de que Alberto Fernández está condenado a ser un caballo de Troya del que va a salir Cristina Kichner con La Cámpora. Esto para muchos es muy probable y puede ser así, pero no necesariamente. Para saber lo que va a pasar, tenemos que mirar un poco más virginalmente el presente y el futuro, porque pueden aparecer novedades.
Fernández en España produjo una serie de definiciones respecto del pasado kirchnerista y emitió algunas señales sobre cuál es el elenco que lo rodea. Por ejemplo, hay que ponerle una lupa a Felipe Solá, algunos ya juegan algunas fichas en que va a ser canciller. Si hay algo que va a tener que hacer Alberto Fernández es modificar la política exterior de la última etapa de Cristina Kirchner y poner al kirchnerismo en otro alineamiento. Sobre todo en relación con el conflicto de Medio Oriente, Irán, y con Estados Unidos, especialmente si quiere mantenerse dentro del Fondo Monetario Internacional (FMI) como principal fuente de financiamiento de la Argentina.