Opinión

Los rezagos de la vieja política que vuelven a reaparecer

Miércoles 13 de Marzo de 2019

Los rezagos de la vieja política que vuelven a reaparecer

Por Joaquín Morales Solá

Prácticas y políticos de una escuela vieja se resisten a irse. Ni siquiera les sirvió el ejemplo de Neuquén, donde la sociedad demostró que sabe discernir, en el momento decisivo de elegir un gobernante, lo importante de lo anecdótico. Aquella resistencia puede verse en dirigentes del radicalismo cordobés o en las desesperadas gestiones del expresidente Eduardo Duhalde, dispuesto a un acercamiento con Cristina Kirchner para unir un peronismo surcado por diferencias muy profundas.

Cuando se mira que el capricho supera a la razón o que el reflejo corporativo está por encima del interés general, es fácil explicar el reclamo constante de la sociedad argentina de un recambio sustancial en la dirigencia política. ¿Les importan acaso a los argentinos las maniobras del cordobés Ramón Mestre como jefe de la estructura del partido radical de su provincia? ¿Quiere la sociedad nacional conocer qué razones lo llevan a Duhalde a buscar una artificial unidad del peronismo, justo él que aceptó en 2003 la división del viejo partido de Perón en tres versiones (Menem, Kirchner y Rodríguez Saá? Sin duda, otras preocupaciones y otras aspiraciones inquietan a la sociedad argentina, cada vez más dispuesta a darle la espalda a la dirigencia tradicional.

¿Cometió el gobierno de Mauricio Macri el error de no haber manejado con destreza política el conflicto de Cambiemos en Córdoba? Es posible, pero también es cierto que los dirigentes radicales de Córdoba son gente grande, con experiencia política y, se supone, con una noción de la responsabilidad institucional. Culpar por igual a Mestre y a Mario Negri de lo que sucedió en Córdoba es injusto. Mestre es el que gobierna el partido radical de Córdoba, el que tiene todos los representantes en la junta electoral del partido (no permitió ni un solo delegado de Negri en esa junta) y el primero que tomó la decisión de romper Cambiemos en el distrito que lo hizo presidente a Macri. El Presidente sacó en Córdoba en 2015 más votos que en la Capital; hasta puede decirse que Córdoba es el distrito natural de Macri. La decisión de Mestre de presentar una lista de candidatos puramente radical (con él como candidato a gobernador) fue el primer acto de la ruptura de la coalición gobernante en el segundo distrito electoral del país.

Las primarias obligatorias y simultáneas no rigen en Córdoba para los candidatos locales. Sin embargo, había una predisposición de Negri y de Mestre a competir en una interna abierta en la que podrían haber participado todos los independientes de Córdoba y los afiliados de los cuatro partidos que integran Cambiemos en esa provincia: el radicalismo, Pro, la Coalición Cívica y el partido de Luis Juez. Unos 2.400.000 cordobeses de los 2.900.000 que están habilitados para votar en las elecciones generales. Una elección potencialmente enorme. Todavía se pueden ver en las calles de Córdoba los afiches de Negri y Héctor Baldassi, el dirigente de Pro que es su candidato a vicegobernador, promocionando sus candidaturas para la interna del próximo domingo.

A fines de febrero, la conducción partidaria de Mestre pidió tres presupuestos para el reparto y el repliegue de las urnas. Al Correo Argentino, a Ocasa y a Andreani. Estas dos últimas no presentaron presupuesto porque dijeron que necesitaban entre 60 y 90 días para preparar la logística de semejante elección. El Correo presentó un presupuesto, pero reclamó un plazo de 35 días, que era más amplio que el plazo que quedaba hasta la elección interna. Mestre propuso entonces que fueran los militantes radicales los que se encargaran de desplegar las urnas y de retirarlas después. Negri se negó, no sin razón, porque carecía de mínimas garantías de transparencia. Este es el núcleo central de la disputa que hizo inviable la interna de Cambiemos en Córdoba.

 

La mesa ejecutiva nacional de Cambiemos (no solo Marcos Peña) les pidió a Negri y a Mestre que definieran entonces la candidatura a gobernador con las encuestas. Mestre se negó porque perdía frente a Negri en casi todas. Ahora irán los dos como candidatos a gobernador por partidos distintos y ninguno podrá llevar el sello de Cambiemos, aunque Negri respetará el acuerdo con Pro, con la Coalición Cívica y con el partido de Juez. ¿Beneficia esa división la continuidad del peronista Juan Schiaretti como gobernador de Córdoba? Sí, sin duda. Una encuesta telefónica hecha durante el fin de semana pasado por Poliarquía (esta agencia es la única que aclara cuando la medición es rápida y telefónica) dio los siguientes resultados: Schiaretti, 32 por ciento de intención de voto; Negri, 25, y Mestre, 14. Aunque los porcentajes de Negri y Mestre no deben sumarse automáticamente, puede deducirse que una fórmula que hubiera unido a Negri y a Mestre se acercaría (o empataría al menos) con Schiaretti. Mestre es objetivamente funcional a Schiaretti.

El actual gobernador de Córdoba representa a un peronismo que lleva gobernando Córdoba desde hace casi 20 años. En 35 años de democracia, en Córdoba hubo solo cuatro gobernadores (Eduardo Angeloz, Ramón Mestre padre, José Manuel de la Sota y Schiaretti). Schiaretti tiene el problema, además, de que ya no cuenta con De la Sota, quien era el armador del peronismo cordobés y quien llevaba con su carisma las campañas electorales del peronismo de esa provincia. La sociedad cordobesa está pidiendo también una renovación de su dirigencia. Al lado de Mestre está el perpetuo Enrique Nosiglia, distanciado de Macri aunque se conocen desde hace varias décadas. La posibilidad de una disidencia con Nosiglia solo por las ideas es remota.

Con todo, es probable que Schiaretti esté viviendo sus días más felices con la división de sus adversarios. Todo es relativo, de todos modos. En 2007, la elección cordobesa se polarizó entre Schiaretti y Juez de tal manera que puso en peligro el triunfo del actual gobernador cordobés. ¿Podría suceder lo mismo ahora entre Schiaretti y Negri? Es una posibilidad cuya probabilidad nadie conoce de antemano.

Hay un dato cierto: si a Macri se lo colocara en el próximo 10 de diciembre, eventualmente reelegido presidente, preferiría la continuidad de Schiaretti antes que una gobernación de Mestre, que despreció olímpicamente a Cambiemos en la confección de sus listas. Los caprichos están en el mapa genético de Mestre. Su padre, el exgobernador Ramón Mestre, se negó en 1999 a conformar la Alianza en Córdoba porque estaba seguro de que Graciela Fernández Meijide le ganaría la interna a Fernando de la Rúa. Mestre padre se imaginaba entonces como candidato presidencial del radicalismo puro. Terminó como ministro del Interior de De la Rúa. Macri tiene una vieja relación personal con Schiaretti, que es un gobernante responsable cuando se trata de administrar el dinero público. O es Negri o, en el peor de los casos, la continuidad de Schiaretti. Ese es el pensamiento profundo del Presidente. Adiós, Mestre.

Si bien se mira ahora el paisaje radical, debe concluirse que De la Rúa no tuvo partido ni coalición para gobernar, más allá de sus propios errores. El Frente Grande se pasó en masa al kirchnerismo. Una parte del radicalismo comparte, parcialmente por lo menos, el discurso político y económico de Cristina Kirchner. Es el caso de la franja que lideran Ricardo Alfonsín y Federico Storani; solo los casos de corrupción del kirchnerismo parecen impedirles el salto definitivo. Otra parte del radicalismo está cerca de Macri. La lideran Oscar Aguad, el propio Negri y, con algunos reproches políticos al Presidente, Ernesto Sanz.

En la otra vereda, Duhalde está dispuesto a acercarse a Cristina Kirchner, perdonándole que ella hasta lo haya llamado "mafioso" cuando tenía poder. A los expresidentes argentinos les gusta meter los pies en el barro. Duhalde apoya la candidatura de Roberto Lavagna, lo cual es ciertamente legítimo. Llega 16 años tarde, es cierto, porque podría haberlo hecho en 2003 y hubiera salvado al país de la experiencia kirchnerista, para cuya entronización fue decisivo el papel que jugó Duhalde. Lo más raro es que mientras otros sectores del peronismo (Juan Manuel Urtubey, Miguel Pichetto y el propio Lavagna) se esfuerzan por recrear un peronismo alejado del cristinismo, es Duhalde el que vuelve a legitimar a Cristina Kirchner como líder de una corriente peronista. ¿El objetivo de Duhalde? Voltear a Macri. No está en condiciones de recrear la situación que tumbó a De la Rúa en 2001, pero cree que puede convertirse ahora en un kingmaker(hacedor de reyes) para no perder protagonismo. Lavagna debe estar preocupado. El apoyo de Duhalde es una mala noticia para él. El expresidente es parte también de una generación política que la sociedad quisiera ver gozando de la placidez del retiro.