Opinión

La grieta no existe

Martes 09 de Julio de 2019

La grieta no existe

Por Jaime Duran Barba

No hay una mayoría de argentinos que quiera superar la división y elegir un presidente inocuo que no tome posición clara frente a la disyuntiva que vive el país.

El capitalismo se impuso en casi todos los países, con excepción de unos pocos escombros que flotan en el mar de los sargazos: Zimbabwe y Corea del Norte. Mezclado con una política autoritaria llevó a varios países comunistas, como China y Vietnam, a un gran desarrollo económico, mientras entró en crisis la democracia representativa a la que se lo asoció por muchos años. 

Rechazo y disconformidad. La sociedad surgida de la revolución de las comunicaciones provocó  un rechazo masivo de las instituciones y partidos tradicionales, y volaron en pedazos muchas ideas que organizaban a sus élites. En algunos países de América Latina esto se expresó a través de populismos autoritarios con elementos mágicos que se autodenominaron socialismo del siglo XXI.

Aunque carecen de consistencia teórica, estos movimientos expresan la disconformidad de amplios grupos ciudadanos anómicos, que quisieran seguir viviendo la fiesta de los altos precios de las materias primas en sociedades prebendarias que se volvieron inviables en un mundo que tiende a unificarse bajo las normas de la ética protestante. Maduro, Correa, Ortega, Cristina, mantienen un discurso anticuado. Quisieran militar en la Tercera Posición de Tito, Nasser y Nehru, aunque no entiendan lo que significó durante la Guerra Fría. No se enteran de que una tercera posición es imposible cuando desapareció la segunda. Encabezan movimientos luditas que temen a la tecnología y la globalización y quisieran volver hacia atrás para restaurar países encerrados en sí mismos, aislados del pecado del progreso. Invocan a Marx pero su inspiración está en Ned Ludd. 

Se olvidan de la gente. En Argentina algunas miembros de las élites creyeron en una grieta que cavó Cristina durante su gobierno y que se profundizó para evitar que llegara un gobierno prolijo, en el que se robe con códigos, se establezca un monto del saqueo que no rebase medio producto interno bruto y se escupa a los periodistas de oposición alternativamente, solo en pequeños grupos. Esa tercera posición podía tener la ventajita de ser presidida por un ex ministro K con buenas relaciones con algunos medios de comunicación, peleado con los K, pero no tanto. Creían que el Gobierno quería ganar las elecciones a una Cristina que tenía un techo inamovible. Suponían que la existencia de un partido de oposición “civilizado” podía garantizar una democracia estable en la que el enfrentamiento de parecidos aleje para siempre la amenaza del populismo totalitario.

Esos análisis no tomaban en cuenta que la gente existe, opina, construye realidades, vota, elige autoridades. Se independiza cada día mas de las élites de todo tipo. La idea de que existe un pueblo manipulable y que para llegar a la presidencia  basta con tener plata y hacer marketing es disparatada. Existe una sociedad compleja, compuesta por grupos de personas que viven  transformaciones técnicas y científicas que alteran la forma en que se relacionan entre ellas, y también sus valores, sus creencias. Los procesos políticos no se explican porque alguien  ingenioso lee una lista de propuestas o un discurso. Cristina Fernández no es una señora que excava zanjas en el jardín, ni Mauricio Macri alguien que las profundiza para que logren competir otros candidatos que no representan a nada. No existe una mayoría de argentinos que quiere superar la grieta para elegir un presidente inocuo que no tome posición clara frente a la disyuntiva que vive el país. Si eso fuese cierto, no se explicaría por qué se da una polarización inédita en la que casi el 80% de los votantes vota por uno de los dos candidatos principales y no es imposible que la elección se resuelva en una vuelta. 

Algo profundo. La gente percibe la política de manera más objetiva  que algunas élites. Sabe que lo que está en juego es algo más profundo que las contradicciones usuales de la democracia. Lo que se discute es la permanencia de las instituciones y libertades sin las cuales el país tendrá que romper las alianzas que se han construido en los tres últimos años y volver al eje Teherán-La Habana-Caracas.

En Argentina el kirchnerismo es un movimiento político que hunde sus raíces en el peronismo pero es distinto. Cristina Fernández es una dirigente que expresa una posición política profunda. Lo dijimos a lo largo de una década en esta columna, más allá de quién estuviera en el gobierno. En las dos ocasiones en que fue candidata a la presidencia de la Nación ganó en primer vuelta con un poco más del 45% en 2007, y con el 54% en 2011, siendo superada solo por Perón, que obtuvo el  53% en 1946 y el 62% en 1952.

Nadie puso en cuestión su liderazgo cuando su candidato Daniel Scioli obtuvo el primer lugar en la primera vuelta electoral con 37% de los votos frente al 34% de Mauricio Macri. En la segunda vuelta Mauricio obtuvo el 51% de los votos y Scioli el 49%. El 2017 Cristina sacó el 37% de votos en la provincia de Buenos Sures frente a Esteban Bullrich de Cambiemos que obtuvo el 41%.  En la provincia de Buenos Aires ha obtenido en las encuestas, durante los cuatro años, entre 37% y 40%, más allá de las causas y los avatares de la política que hicieron pensar a algunos equivocadamente  que estaba liquidada.

A lo largo que una década los números de Cristina han sido de los más sólidos entre los políticos argentinos. El Gobierno habría sido bastante torpe si creía que era la candidata más fácil de derrotar en las elecciones. Macri ha demostrado que no lo es cuando ganó todas las elecciones que afrontó en los últimos 15 años.

Alternativa. El otro candidato que atrae a un porcentaje enorme de votantes es Mauricio Macri, que construyó a lo largo de muchos años una alternativa coherente al autoritarismo populista y supo expresar a la nueva política porque se involucró en esto cuando ya había llegado el siglo XXI, y no sufrió las experiencias que nos marcaron a quienes vivimos la Guerra Fría. Hace un año, Santiago Nieto pronunció una conferencia en Washington sobre la génesis del macrismo en la que fue sorprendente escuchar la coherencia de Macri y su grupo a lo largo de 15 años. No es extraño que en este momento, la gran mayoría de electores opte entre la alternativa de mantener vigentes las instituciones y la democracia o el populismo.

En Venezuela los líderes de la oposición al gobierno chavista no lograron construir una alternativa. Dispersos en una constelación de grupos personalistas sin arraigo en la gente, dieron espacio para que Juan Guaidó se instale como presidente proclamado por la Asamblea Nacional, pero sin la fuerza suficiente para reemplazar finalmente la cleptocracia de Maduro.

En Nicaragua la dictadura sandinista tampoco tiene alternativa. Los paramilitares de ambos países siguen asesinando a cientos de estudiantes y civiles inocentes mientras mantienen a sus gobiernos por la fuerza. En Ecuador tampoco se construyó una alternativa al correísmo que reaparece en medio de una desordenada persecución de sus adversarios. La única posibilidad de que no vuelva Correa es que Jaime Nebot pueda formar un frente con ideas nuevas.  Están en todo caso como Macri en 2005. 

En todo caso, en un grupo tan endogámico en que si ganan, la madre será al menos presidente del Senado, el hijo presidente de la Cámara de Diputados y la tía jefe de Gabinete de cualquier  presidente, la gente cree que “los Fernández” deben ser primos, parientes o algo así, pero no hay duda de que hay una jefa: Cristina.

Frente a estas dos posibilidades de fondo, no hay lugar para una tercera alternativa con posibilidades de poder. Hay candidatos que defienden ideas, cosa propia de la democracia, que en muchos casos puede ser germen de un futuro.

También es una venta de garaje como las que se organizan en Estados Unidos cuando alguien se cambia de casa y amontona muebles viejos sin sentido ni razón: una mecedora sin brazos, un carrito sin ruedas, un sindicalista que quiere que su mujer sea diputada y otros comedidos que pasaban por allí. Es poco realista suponer que la gente respaldará esta alternativa cuando está en juego la supervivencia de la democracia.